Los alimentos afectan a nuestro estado mental y emocional de dos formas: Proporcionan o agotan los nutrientes de los que depende nuestra salud mental y emocional o producen o no sustancias en el cuerpo que envenenan el cerebro y contribuyen a los problemas emocionales. Hoy hablamos de alimentación y emociones.

Alimentación y emociones

Comer fruta, por ejemplo, suministra azúcar y minerales en la sangre que propician la actividad mental fácilmente; en cambio, el consumo de azúcar blanco, agota el cuerpo de vitaminas B y esto lleva al nerviosismo y depresión mental.

Comer alimentos óptimos para nuestra salud sería bien fácil si estuviéramos siempre lejos del condicionamiento emocional. Pero, desgraciadamente, esto no siempre es posible.

En el ámbito dietético, a menudo son las emociones y hábitos del pasado los que reinan en lugar de la razón y la coherencia. Comemos dulces, harinas, quesos y otros alimentos destructivos principalmente debido a las necesidades y asociaciones emocionales con estos alimentos, no porque haya una necesidad fisiológica o un razonamiento lógico. Y es que las personas formamos lazos emocionales con los alimentos como resultado de experiencias de la infancia, asociaciones pasadas o auto-condicionamientos.

En consecuencia, ciertos alimentos se comen a menudo en determinados estados emocionales o con la esperanza de inducir una emoción específica, como la alegría o la felicidad:

  • Cuando éramos niños, los helados representaban un regalo o un símbolo de aprobación de los padres o de la indulgencia. “Si te portas bien, te compraré un helado”, es una promesa típica de los padres agobiados.
  • Las vacaciones y las comidas de Navidad están íntimamente asociadas a emociones fuertes y ciertos alimentos. Esta asociación emocional provocará excesos en un día festivo, en un afán de capturar los recuerdos de la infancia de días pasados o para la aprobación de los padres en el presente.
  • También nos transporta a la infancia la galleta o trozo de pan que nos daba nuestra madre o abuela cuando estábamos inquietos o aburridos. Y ahora, en situaciones de inquietud, estrés o aburrimiento, el cuerpo nos conecta con la harina. En este punto hay que decir que aquí también interviene el factor adictivo del trigo, por su contenido en opiáceos.

Los alimentos que estamos comiendo pueden estar creando los problemas emocionales de los que estamos tratando de escapar. En nuestra cultura, la mayoría de los niños son criados asociando los alimentos azucarados con la aprobación, el amor y el afecto. Este tipo de condicionamiento se convierte en un patrón interno que se repite durante la edad adulta. Por suerte, una vez tomamos conciencia de estos mecanismos y de la relación entre alimentación y emociones, podemos establecer métodos sencillos para eliminar estas asociaciones y establecer nuevos hábitos saludables.

Autora: Eva Roca, cocinera, nutricionista holística y profesora de yoga

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