La industria agroalimentaria presenta de forma inherente un gran potencial, pues alimentarse es imprescindible para cualquiera. Todo el mundo debería poder acceder a una alimentación adecuada, forma parte de los Derechos Humanos.

Para las grandes corporaciones invertir en empresas del sector alimentario es una apuesta segura. No debe sorprendernos que en el mundo de hoy el gran negocio de la comida se encuentre cada día más concentrado en pocas manos.

Como sabemos, la dieta mediterránea tradicional es sinónimo de equilibrio y longevidad, así lo ha reconocido la ciencia médica. Nuestros abuelos, bisabuelos, etc… vivían en el campo y del campo, seguían por atavismo esta pauta de alimentación basada en el dominio de los cultivos de secano: trigo, olivo, viña y legumbres, junto con algunos regadíos de hortalizas y frutales. Sin embargo, en la actualidad, la dieta real de los mediterráneos es otra bien distinta, las cosas han cambiado y mucho. Por ejemplo, si NO leemos bien las etiquetas de los productos  procesados, estaremos comiendo más aceite de palma (perjudicial) que aceite de oliva.

Asimismo, España ha devenido líder mundial en índice de obesidad infantil, incluso ha superado a Estados Unidos…

Estos datos alarmantes se deben a que las grandes multinacionales han condicionado los hábitos alimenticios de todo el Planeta, el caso de España en relación a la pérdida de los beneficios de la dieta autóctona, es sólo un ejemplo entre tantos. El aumento vertiginoso de la comida procesada es un fenómeno global.

Los países económicamente emergentes también son aquellos con mayor crecimiento en el gasto en comida rápida: India, China y Brasil. Esto supone que el crecimiento medio anual para cada uno de ellos ha sido de 11,98%, 10,11% y 5,86% respectivamente.

En las sociedades asiáticas, en contraposición a las occidentales, está aumentando el consumo de productos lácteos, a pesar de que estos no formen parte de su cultura culinaria. Según la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el consumo de leche en China aumentó de 26 kilocalorías por persona en 2002 a 43 en 2005.

A lo largo y ancho del gran país, vallas publicitarias muestran niños bebiendo leche con un mensaje muy claro: “bebe leche y crecerás sano y fuerte”. Este mensaje no concuerda con su tradición dietética, la cual nunca ha incluido cantidades significativas de leche. Los asiáticos nunca tuvieron fama de obesos, al contrario, mayoritariamente estaban fibrados y solían envejecer mejor que los occidentales, pero este paradigma también está cambiando. El incremento de la obesidad en China parece imparable. La “lactificación” se debe a que los antiguos campesinos aspiran a seguir un modus vivendi occidental. No obstante, la mayoría de población china sufre deficiencia en la enzima lactasa y, en consecuencia, es intolerante a la lactosa. Además, diversas investigaciones médicas indican que el cambio hacia una dieta de tipo occidental (con abundancia de carne de vacuno y lácteos) podría incidir en mayor prevalencia de cáncer de mama.

Mirando hacia Occidente a través de un extraño prisma, muchos ciudadanos chinos creen que los occidentales viven mejor porque comen carne y beben leche cada día

Creen que los blancos y los negros (en Occidente) son más fuertes. Hasta la década de los 80, la carne y la leche eran muy caros y estaban racionados y muchos creían que las hamburguesas de cadenas de comida rápida eran la mejor comida occidental. El hecho que se facilite la disponibilidad de la carne y leche, en medio de una prosperidad creciente, después de un largo período de escasez, significa que los patrones de consumo cambiarán.

Después de haber conquistado el mercado asiático, la comida procesada de las grandes multinacionales se está reinventando para adaptarse al paladar africano, pues ni tan sólo África se ha librado de la epidemia global de obesidad.

Autora: Helena Escoda Casas, licenciada en Historia en la UAB
Bio Eco Actual Mayo 2017