La Directa. – A raíz del nacimiento de un supermercado cooperativo en BCN, el autor reflexiona sobre el rol de las grandes cadenas de distribución y el ‘boom’ de los productos ecológicos en un sistema capitalista.

Comer es un acto político, y esta semana especialmente y las que vendrán, nos toca decidir de qué lado estamos, dado que se inicia en Barcelona una etapa de trabajo importantísima que nos puede llevar a dos nuevos escenarios, y sólo de nosotros dependerá de que lado caerá. Se está gestando lo que puede ser el nacimiento de un supermercado cooperativo, siguiendo al modelo del Food Coop de Brooklyn y de tantos otros modelos en ciudades de todas partes. Y este proyecto me suponen, personalmente, unos miedos y unas esperanzas que intentaré explicar a continuación.

Con respecto a los miedos, en primer lugar, se me hace contradictoria la idea de luchar por la soberanía alimenticia y, por lo tanto, contra el capitalismo, desde un supermercado, dado que en la dinámica depredadora del capitalismo, los supermercados y las grandes cadenas de distribución se han convertido en pieza fundamental dentro del Sistema Alimenticio Global, lejos de aportar a “el derecho de las personas a alimentos adecuados desde el punto de vista saludable y cultural, obtenidos a través de métodos sostenibles y ecológicos, y el derecho a definir sus propios sistemas alimenticios y agrícolas” que la soberanía alimenticia nos propone, según Via Campesina.

Los supermercados convencionales promueven, entre otros, unas políticas de producción basadas en la sobreproducción y posterior despilfarro de alimentos, dos herramientas elementales del capitalismo, que necesita estas políticas para continuar su reproducción y pertinente expansión, que no ve paisajes sino materias primas: es, precisamente, el modelo productivo actual, y no la humanidad, quien destruye la naturaleza, incluyendo la potencialidad del ser humano.

En el caso del Estado español, esta realidad se traduce en el hecho de que cinco grandes cadenas de distribución de alimentos (Carrefour, Mercadona, Eroski, Auchan y El Corte Inglés) controlan más del 55% de esta distribución; de hecho, el 24% de la cuota de mercado corresponde sólo a Mercadona.

“Que vuestras decisiones respondan a vuestras esperanzas, no a vuestros miedos” – Nelson Mandela

Además, en los últimos años, y visto el boom de los productos ecológicos, el capitalismo, que todo lo devora, ha optado por apoderarse también de eso, y la agricultura ecológica se ha convertido en un nicho de mercado más dentro de la economía capitalista; hoy día me atrevería a decir que todos los supermercados convencionales han optado por vender productos ecológicos. ¿Pero son productos locales o vienen de la otra punta del globo? ¿Pagan un precio digno a quien produce el alimento? ¿Si van envueltos de plástico, siguen siendo ecológicos? ¿Se trata de alimentos de temporada o seguiremos haciendo ver que en la naturaleza no hay estaciones? A menudo, las respuestas son negativas y, por lo tanto, esta apuesta por lo ecológico, lejos de ser motor de transformación, es puro negocio escondido de buena fe y se convierte en blanqueador del capitalismo. La ética hecha polvo.

La idea de un supermercado cooperativo puede pretender romper la relación social de explotación de la fuerza de trabajo y la acumulación de la riqueza por parte de los “hombres de rapiña” del capitalismo, para pasar a socializar la riqueza y aportar así justicia, igualdad y democracia. “Producir por la solidaridad, no por el mérito”, como dice Josep Manel Busqueta.

Pero si después no implementamos estas lógicas solidarias no sólo entre las trabajadoras sino también con los pequeños pequeños y medianos productores agrícolas, así como con el medio ambiente; si, por lo tanto, este supermercado trabaja en forma de cooperativa, pero vende y distribuye productos que, como las grandes cadenas de distribución, afiancen las injusticias globales y la destrucción del planeta; si no actuamos con firmeza en unas maneras de trabajar que tengan la soberanía alimenticia como horizonte de nuestra propuesta, entonces nos habremos caído nosotros también al blanquear el capitalismo.

Afronto esta etapa, sin embargo, con grandes esperanzas, porque este supermercado cooperativo puede ser una ventana, una oportunidad, la chispa que encienda la llama de un nuevo modelo de consumo y de transformación social. Se trata, como decía Angela Davis, de “dejar de aceptar las cosas que no podemos cambiar, y cambiar las cosas que no podemos aceptar”.

Mi utopía es comprar directamente a los productores, pero en un país como el nuestro, donde ya el 90% vivimos en entornos urbanos, esta apuesta se hace cada vez más difícil

Después, y sin olvidar la compra directa, entran las cooperativas de consumo, que a pesar de arrancar con éxito los primeros años, vemos cómo últimamente se han estancado. Y si queremos apostar por la soberanía alimenticia, creo que tenemos que afrontar el debate de qué hacer para que el mensaje llegue a un grueso social de la población en quien no está llegando o que no lo considera una emergencia.

Sin querer que este supermercado suponga un sustituto para la compra directa y las cooperativas de consumo (más bien una herramienta para ayudarlas en tanto que unimos esfuerzos y compartimos estructuras y conocimientos), y sin pensar que sea la solución a todos los problemas, pero este nuevo modelo de supermercado sí que puede suponer un motor de cambio, una nueva herramienta por este grueso de la población a quien no hemos llegado, un trampolín para acercarnos a la soberanía alimenticia desde la confianza y esperanza mutua.

Hará falta, eso sí, volcarnos con la pequeña y media campesinado de proximidad y agroecológico teniendo en cuenta que la distribución será el palo de pajar, con las productoras que apuestan por el cooperativismo, con proyectos con vertiente social, eliminar al máximo los plásticos y todo tipo de envases, potenciar la compra a granel, hacer pedagogía sobre el despilfarro alimenticio, cuidar y respetar todos los rincones del país, buscar sinergias con otros proyectos y tratar de unir esfuerzos y mancomunar estructuras… ¿Utópico? Seguramente, pero como decía Eduardo Galeano “la utopía sirve para andar”… ¿Andamos?

Autor: David Palau
Fuente: directa.cat
Publicado en: pae.gencat.cat

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