La llegada del frío dispara la actividad en las pistas de esquí deportivo y de recreo. Del mismo modo que ocurre en las playas a lo largo del verano, este tipo de instalaciones se abarrotan de deportistas, turistas y curiosos en invierno.

La amenaza del oro blanco

En ambos casos la actividad humana supone una agresión para el medio natural, que sufre impactos de todo tipo: los ecosistemas se alteran y destruyen a gran velocidad. En el caso de las pistas de esquí el perjuicio es enorme, desde el mismo momento de su construcción.

Levantar una instalación de estas características supone arrasar la vegetación natural de la zona, hacer numerosas excavaciones y crear espacios artificiales que ahuyentan a cualquier ser vivo. Flora y fauna quedan totalmente destruidas para satisfacer los anhelos de los más de seis millones de esquiadores que cada año acuden a las pistas de esquí de España, según datos de la Asociación Turística de Estaciones de Esquí y de Montaña (Atudem).

El impacto de construcción no se queda en la devastación de la flora y la fauna de la zona de esquí, pues el levantamiento de una pista conlleva la construcción de otro tipo de instalaciones anexas, así como de urbanizaciones aledañas. Las empresas responsables se encargan de talar los árboles que sean necesarios para que haya espacio para todo.

Los efectos devastadores de una pista de esquí sobre el ecosistema que la rodea se hacen especialmente patentes cuando finaliza la temporada invernal y el calor derrite la nieve, un ‘oro blanco’ que todo esquiador desea. Para que nunca falte en plena temporada, las estaciones cuentan con instalaciones específicas y muy costosas para producir nieve artificial.

Además del enorme gasto eléctrico que entrañan los cañones de nieve, su presencia destroza el paisaje. Para que funcionen y puedan llenar de nieve el máximo número de kilómetros, los cañones necesitan dos elementos: aire a presión y agua. ¿Y de dónde se obtiene este último bien natural? Pues de ríos, embalses y lagos cercanos mediante bombas de extracción y un enorme y dañino entramado de tuberías. Se calcula que los cañones consumen cerca de 2,8 millones de litros de agua por cada kilómetro de pista.

Con todos estos factores, las tradicionales pistas de esquí se convierten en un enemigo del ecosistema, por lo que es necesario promover instalaciones respetuosas con el entorno y que apuesten por un modelo sostenible.

Autora: Rosa Fernández, Periodista

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