Un viejo tópico periodístico reza: No news, good news. Y parece cierto que lo que más impacto produce es lo que nos disgusta o atemoriza. Las buenas noticias son ignoradas por sistema, como ha sucedido por ejemplo con el informe publicado por Nature Climate Change que revela que la Tierra posee hoy día más cantidad de biomasa verde que hace 3 decenios.

Pese a su importancia, apenas ha merecido un rinconcito en los grandes media, en contraste con los enormes titulares con impresionantes fotomontajes que suele generar el catastrofismo ambiental.

Con datos contrastados de 24 instituciones científicas de 8 países, su principal conclusión es que esta biomasa creció de forma “significativa” en un 40% de las regiones del mundo entre 1982 y 2015. Es decir, hoy disfrutamos de 36 millones de kilómetros cuadrados verdes -dos veces los Estados Unidos, más o menos- que no existían entonces. Paradójicamente, el principal responsable parece ser el CO2 emitido a la atmósfera, que ha actuado como fertilizante. La noticia ha sido minimizada después de que varios expertos se apresuraran a decir que esto “no es del todo bueno” porque puede producir cambios en el ciclo del agua, porque no elimina la contaminación, porque…

¿En qué quedamos? ¿No se supone que cuanto más verde sea nuestro planeta, mejor salud tendrá y mejor será también para nosotros? ¿Habría sido preferible que, en lugar de crecer, esa biomasa se hubiera reducido aún más durante estos años?

Resulta irritante que las buenas noticias medioambientales sean a menudo arrinconadas, matizadas o directamente ignoradas cuando instituciones, entidades y famosetes de todo pelaje se pasan el día exhibiendo su supuesto compromiso verde. Sucedió algo parecido con una de las más esperanzadoras informaciones de 2015, cuando a mediados de octubre pasado los datos del MAGRAMA confirmaron que la superficie arbolada de España aumentó un 33% en los últimos 25 años. ¿No es para estar contento? Pues el eco periodístico fue decepcionante.

¿Que las buenas noticias son pocas? Seguramente. ¿Que no hay que lanzar las campanas al vuelo? Por supuesto. ¿Que no debemos relajar el esfuerzo medioambiental? Es obvio. Pero ¿por qué no alegrarnos y hablar de ello, cuando vemos que la propia Naturaleza puede ayudarnos a rectificar nuestros errores? ¿Por qué hay que resignarse al ánimo pesimista, a la queja furiosa, al corazón encogido? ¿Tanto nos gusta el sadomasoquismo? ¿O tan fuertes son ciertos intereses para que sigamos pensando que no merece la pena luchar por nuestro mundo?

Pedro Pablo G. May, Escritor y Periodista Ambiental