Jean Giono escribió una preciosa historia sobre Eleazard Bouffier, un pastor francés que vive en un valle desolado y que, tras enviudar, decide dedicarse a repoblarlo poco a poco en un meritorio esfuerzo personal. Tras 40 años de trabajo anónimo, transforma el lugar en un edén que beneficia a miles de personas y que las autoridades francesas terminan controlando oficialmente: creen estar ante un extravagante pero positivo fenómeno natural.

dando trigo pedro pablo may

Bouffier muere sin recibir reconocimiento alguno pero con la satisfacción íntima de haber hecho algo útil con su vida.

Aunque muchas personas siguen creyendo hoy que Bouffier existió, Giono confesó que era sólo un relato, con el que además no había ganado dinero pese al éxito de su publicación. El autor estaba satisfecho de todas formas, pues su intención era lanzar un llamamiento al servicio activo a la Naturaleza y lo logró.

Sin embargo, conocemos casos reales de personas que hicieron algo similar. En la India, por ejemplo, vive Jadav Payeng, que en 1979 descubrió miles de reptiles muertos tras unas inundaciones. La imagen le impactó tanto que pidió medidas a los responsables locales y, cuando desestimaron su petición alegando que el lugar era irrecuperable, decidió consagrar su vida a intentarlo.

Primero plantó bambú, que creció en pocos años. Luego introdujo especies más grandes e incluso llevó hormigas rojas para que ayudaran a mejorar el suelo. Más de 30 años después, el bosque que ha plantado con sus propias manos ronda las 1.400 hectáreas de extensión y se ha convertido en refugio para animales en peligro de extinción. En 2008, los mismos que se rieron de él reconocieron que les había dado una inmensa lección y empezaron a facilitar recursos para la conservación.

Otro caso es el de Sant Balbir Singh Seechewal, o Eco Baba (el término baba en hindi significa padre en el sentido de maestro o gurú espiritual). Este hombre pasó a la acción en Punjab en 2000 vista la pasividad de las autoridades ante el vertedero en el que se había convertido el río Kali Bein. Tras reunir un grupo de voluntarios, limpió y recuperó los 160 kilómetros del cauce. También plantó árboles en sus orillas, creó un sistema de alcantarillado barato para reconducir las aguas residuales y reaprovecharlas en agricultura e incluso diseñó caminos ecológicos para que los vecinos aprendieran a disfrutar pero también a cuidar y querer al río.

Recuerdo estas historias cuando celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, saturado siempre de bonitas palabras y declaraciones de intenciones que, como algunas flores, se marchitan de un día para otro.

Si de verdad amas a la Naturaleza, no esperes permisos para hacer algo bueno por ella.

Autor: Pedro Pablo G. May, Escritor y Periodista Ambiental.

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