Habitualmente parece ser que en la concepción genérica de un zoo se aplica, por lo menos por parte de aquellas personas preocupadas con estos temas, una connotación negativa que se corresponde paralelamente con una percepción positiva de un centro de rescate. Hoy hablamos de los zoos.

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Las palabras, palabras son y su comprensión por nuestra parte deriva tanto de lo que realmente significan como de lo que parecen indicar. ¿Es posible un zoo bueno? y ¿un centro de rescate malo? En el fondo lo importante es el contenido, no el continente.

¿Qué es un zoo? Al margen de credos individuales o más o menos extendidos que incluyen términos como “cárcel” o “explotación cruel”, la legislación implicada (Ley 31/2003 de Conservación de la Fauna Silvestre en Parques Zoológicos) nos lo define escrupulosamente: “establecimientos, públicos o privados, que, con independencia de los días en que estén abiertos al público, sean permanentes y mantengan animales vivos de especies silvestres para su exposición”. Por lo tanto básicamente para que un centro con un grupo de animales se convierta en un zoo se deben dar dos premisas: que mantenga de forma permanente animales silvestres y que lo pueda visitar el público. Hoy por hoy quien encaje en estos dos condicionantes es un zoo, le guste o no, al margen de que luego se presente con este término o decida acudir a otro para sanear su imagen pública.

Ahora bien; mantener permanentemente animales silvestres y que el público los pueda contemplar….¿es negativo en sí mismo para los animales o el público? No, o no necesariamente. Dependerá de cuál es la fuente que aporta los animales acogidos, cuál es la función medioambiental que cumplen esos animales y por qué y para qué lo visita el público.

No hay en la definición de zoo ninguna variable que impida que un zoo tenga en cuenta que la única justificación para mantener en cautividad fauna silvestre es el papel que ésta juega en la conservación de la biodiversidad; que un zoo no puede funcionar de forma autónoma sino que está obligado a integrarse y constituirse en una herramienta encajada dentro de la política medioambiental y, por último, que debe aprovechar el potencial de transmisión de información y formación en valores medioambientales y de conservación de especies en su relación con el público.

Los problemas medioambientales y de biodiversidad que hoy afrontamos convierten al zoo en un punto focal en el que acoger animales que por diversos motivos (accidentes, tráfico ilegal, circos o zoos clausurados, necesidades de repoblación, control de especies potencialmente invasoras, mascotismo de animales exóticos, incautaciones) precisan de un lugar digno en el que vivir en el caso de que no puedan devolverse a la naturaleza o necesiten de un proceso previo de adaptación.

La función de un zoo no acaba aquí sino que puede, y debe, seguir integrado en las políticas de mejora medioambiental a través de planes de conservación de especies; estudios de seguimiento de problemas medioambientales; investigación sobre aspectos tan variados como contaminantes atmosféricos, pautas de reproducción, reconocimiento de elementos de riesgo para la biodiversidad; programas de cría en cautividad siempre que se dirijan exclusivamente a la puesta en libertad y vayan ineludiblemente unidos a planes de conservación y recuperación in situ, lo que lleva aparejado una necesaria priorización en su gestión de las especies autóctonas. Además, todos estos esfuerzos y funciones se pueden explicar al público, quien las puede reconocer; se pueden exhibir y un centro se puede sentir orgulloso de ellas y mostrarlas como parte de su aporte a la sociedad en su conjunto y, de paso, aumentar la concienciación de los visitantes en temas medioambientales y crear canales de exposición que impliquen al público como parte del problema y de la solución.

ojocritico zoos 2 nov 16

De hecho, tanto la Ley 31/2003 así como la Guía “El Parque zoológico, un nuevo aliado de la biodiversidad” es lo que pretenden y proponen. Otra cosa completamente diferente es que la mayoría de los zoos que conozcamos reduzcan estas funciones a lo mínimo legalmente exigible y primen los aspectos más comerciales y estrictamente económicos de su negocio, contemplándose más como otra empresa dedicada al ocio urbano o vacacional y perdiendo de vista la potencialidad medioambiental de su actividad. Delfinarios, sesiones fotográficas, espectáculos más o menos circenses con rapaces u otros mamíferos marinos, actividades paralelas de restauración, aperturas nocturnas o alquiler/cesión de animales para rodajes publicitarios, cría de nuevos ejemplares de “animales bandera” con el solo fin de atraer nuevos visitantes y sin posibilidad alguna de suelta en libertad ni aporte a la recuperación de la especie, incorporación de más y más especies exóticas como reclamo publicitario…..ni están en la definición de zoo ni, seguramente,  son propias de un zoo.

Hay algunos, todavía pocos, que así lo han entendido y desprendiéndose de su ropaje antiguo han adaptado la gestión de sus animales y de su centro a los nuevos retos medioambientales, ofreciendo sus capacidades y recursos para la solución de problemas, imbricándose en las políticas medioambientales públicas y privadas y educando al público sobre valores de conservación de la biodiversidad. Mantienen animales salvajes permanentemente y el público los puede visitar. Puede que en el futuro los categoricemos en otro epígrafe pero a día de hoy son, por lo tanto, un zoo. Probablemente los únicos que merezcan tal nombre.

Autor: Alberto Díez Michelena, Director de la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales

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