Un total de 1.138 personas murieron el 24 de abril de 2013 en la ciudad de Savar, en Bangladesh, después de que se derrumbara un bloque de ochos pisos conocido como Rana Plaza. Buena parte de los fallecidos, y de los 2.500 heridos, eran trabajadores subcontratados por empresas occidentales del sector de la moda, entre las que se encontraban varias compañías españolas.

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Como se pudo confirmar en pocas horas, el edificio siniestrado no reunía las condiciones mínimas de seguridad y sus ocupantes eran obligados a trabajar en condiciones lamentables.

La tragedia del edificio Rana Plaza ha sido de momento el exponente más claro de un problema que se arrastra desde hace años: centenares de grandes marcas de países ricos fabrican sus productos -en especial de ropa y calzado- en regiones en desarrollo, en los que se explota a los trabajadores y en los que no se respeta al medio ambiente (contaminación, producción de substancias tóxicas, destrucción de espacios naturales…)

¿Qué podemos hacer para evitar este tipo de situaciones?

Además de reclamar que las empresas sean responsables de su actividad y respeten a las personas y al conjunto de la naturaleza, uno de los instrumentos que los consumidores deberíamos exigir es la trazabilidad de los productos que compramos, y en concreto, de las prendas que vestimos.

La trazabilidad es la posibilidad de identificar el origen y las diferentes etapas de un proceso de producción y distribución de bienes de consumo, en este caso, de la ropa. Con este tipo de datos a nuestro alcance, por ejemplo, podríamos conocer en qué país han sido fabricados nuestros pantalones y cada uno de los materiales con los que ha sido confeccionada esta prenda (tejido, botones, cremallera…).

Conocer el origen geográfico de nuestra ropa nos puede ayudar a descartar aquellos productos fabricados por empresas que vulneran los derechos de los trabajadores o que incumplen las normas elementales de control de los productos tóxicos.

Así, para que la trazabilidad del producto fuera perfecta, deberíamos tener acceso a información sobre los procesos de fabricación de estos pantalones, de forma que pudiéramos descartar la presencia de substancias tóxicas acumuladas durante el cultivo del algodón o el tinte de la ropa, por ejemplo.

Si queremos que nuestro compromiso con el planeta sea mayor, deberíamos pedir a las empresas del sector textil que se comprometan a reducir su impacto sobre el medio ambiente, contribuyan a la lucha contra el cambio climático y sean respetuosas con recursos esenciales como el agua.

Quizás no nos hemos parado nunca a pensar en este detalle pero la fabricación de un pantalón vaquero (de talla media) requiere el uso de entre 2.130 y 3.078 litros de agua, un volumen que está  determinado principalmente por la materia prima con la que está fabricado, el algodón. Este cálculo del denominado impacto hídrico, es el resultado de un estudio presentado en 2013 por investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) con el apoyo de la Fundación Botín y su Observatorio del Agua.

Durante los últimos años, diversas empresas del sector de la moda y la confección han incorporado a su compromiso de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) la defensa del medio ambiente y el respeto de las condiciones de trabajo en sus factorías y suministradores. Algunas de estas empresas informan a sus clientes del origen de sus productos (trazabilidad) y de las acciones que llevan a cabo para reducir el impacto ambiental de su actividad.

El esfuerzo de estas empresas debe ser reconocido por los consumidores, aunque en algunos casos se debe vigilar que no se trate simplemente de nuevas estrategias de marketing.

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En este sentido, Greenpeace presentó el pasado mes de enero un estudio titulado ‘Dejando huella’ en el que se detallaban “las sustancias tóxicas y peligrosas para la salud humana y el medio ambiente encontradas en diferentes productos de primeras marcas de ropa de montaña como The North Face, Columbia, Patagonia, Mammut y Haglöfs”. La organización ecologista aseguraba que estas empresas, “siguen usando compuestos tóxicos como los PFC (per- y poli- fluorocarbonos) para impermeabilizar sus prendas, a pesar de presentarse como empresas sostenibles y comprometidas con la naturaleza”.

Este informe centrado en las marcas de ropa y complementos de montaña formaba parte de la campaña genérica iniciada en 2011 por Greenpeace para pedir que el mundo de la moda se comprometa a abandonar el uso de productos tóxicos. Uno de los resultados de esta campaña fue la publicación en 2012 del informe ‘Puntadas tóxicas: El oscuro secreto de la moda’. En este caso, después de analizar prendas de una veintena de fabricantes, la principal conclusión era que, “todas las marcas incluidas en este estudio tenían uno o más productos que contenían niveles detectables de NPE (ftalatos y nonilfenoles etoxilados)”. “La contaminación se detectó en prendas que procedían de 13 de los 18 países de fabricación, y en productos vendidos en 25 de los 27 países analizados”, indicaba el informe de Greenpeace.

La responsabilidad social y ecológica de las empresas y la trazabilidad de sus productos deben extenderse al mundo de la moda y la confección, pero todavía estamos lejos de conseguirlo.

El informe Behind the Barcode de 2015 indica que el 75% de las marcas que ponen productos de ropa en el mercado no conocen con detalle el origen de sus productos y que el 48% de ellas no han incorporado datos de trazabilidad a las etiquetas.

Autor: Joaquim Elcacho, periodista especializado en medio ambiente y ciencia

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