Observatorio OMG, Ecologistas en Acción. – Ya hemos escrito varias veces sobre el arroz dorado, y es que ha sido uno de los cultivos transgénicos más comentados: la idea es introducir en plantas de arroz genes de otras especies que le permitan producir beta-caroteno, para paliar la deficiencia en vitamina A en países empobrecidos como Filipinas o India, una carencia que se encuentra detrás de la ceguera nocturna.
Otra de las razones que han hecho famoso al arroz dorado es que Syngenta, la empresa propietaria de la patente, decidió en 2005 que no comercializaría este arroz y que permitiría que se distribuyera libremente en países empobrecidos.
La noticia en esta ocasión es que Australia y Nueva Zelanda han publicado el pasado 20 de diciembre su decisión de permitir el consumo de arroz dorado entre su población. Aunque no se espera que ninguno de los países lo cultive ni que haya un consumo significativo, esto evitaría problemas en caso de que hubiera contaminaciones en importaciones de otros países que sí podrían cultivarlo, como Filipinas – problemas como los que se han dado, por ejemplo, en EEUU o en Corea del Sur.
Durante años el proyecto ha estado bloqueado, porque a pesar de la abundante financiación y los muchos años de investigación los resultados agronómicos no eran satisfactorios (aquí un resumen de la historia hasta 2014). No obstante, se ha acusado frecuentemente a los grupos ecologistas, con una posición claramente contraria al proyecto, de ser quienes lo estaban bloqueando, incluidos más de 100 Premios Nóbel que acusaban a Greenpeace de “crímenes contra la humanidad”. Recomendamos leer los comentarios de Belinda Martineau, una de las desarrolladoras del primer alimento transgénico comercializado, a esta carta.
Desde el año 2014 el proyecto ha dado algunos frutos, y se han conseguido variedades con unos niveles de producción más aceptables, según cuenta el IRRI, el Instituto de Investigación que ha desarrollado el arroz dorado. En la actualidad continúa el trabajo de mejora vegetal con algunas de estas variedades.
Entonces, ¿a qué viene la oposición de los grupos ecologistas? Un transgénico con fines humanitarios y sin patentes, ¿qué más se puede pedir?
Está claro que un arroz para paliar la deficiencia en vitamina A parece mejor idea que, digamos, la soja tolerante a glifosato, al igual que otros transgénicos de los que a veces oímos hablar (por ejemplo, el trigo apto para celíacos de la Universidad de Córdoba, que de momento no parece que vaya a comercializarse).
Sin embargo, todos estos transgénicos tienen algunas “pegas” en común, independientemente del fin para el que estén pensados:
1. Todos los transgénicos comercializados hasta la fecha, y también el arroz dorado, se han obtenido utilizando o bien técnicas de biobalística o bien una bacteria llamada Agrobacterium tumefaciens (en el caso del arroz dorado, la segunda). Estas técnicas sirven para introducir el ADN externo en las células de la planta huésped (un proceso que se llama transformación), pero también pueden introducir cambios en cualquier otro lugar del genoma. Esto puede modificar otros genes y sus productos, lo que podría dar lugar a nuevos tóxicos o alérgenos, o hacer que cualquier otro gen de la planta funcione de forma diferente a como debería funcionar (lo cual puede tener implicaciones para las personas que ingieran este producto o para otros organismos vivos que se relacionen con esta planta al ser liberada al medio). En los casos en los que estos cambios sean aberrantes e inmediatos las plantas afectadas pueden descartarse fácilmente. En los casos en los que los cambios sean más sutiles o a largo plazo, se requeriría a) un conocimiento completo del funcionamiento de todos los genes y las interacciones entre ellos – que no se tiene en la actualidad, y b) un análisis molecular exhaustivo, que no se realiza (si consultamos el dossier de seguridad australiano vemos que lo que se analizan son los niveles de hidratos de carbono, proteínas, vitaminas… o los compuestos nuevos que produce el transgénico en cuestión, pero no se analiza cómo puede afectar la inserción de los transgenes al resto de genes de la planta).
2. (Como nota al apartado anterior): Hay otras técnicas, utilizadas desde mediados del siglo XX, que también producen mutaciones por todo el genoma (mutagénesis aleatoria mediante radiación o compuestos químicos), y que no se incluyeron en la legislación con la que se regulan los productos transgénicos. Estas no son técnicas que se hayan utilizado durante toda la historia de la selección artificial ni mucho menos, sino que tienen unas cuantas décadas de antigüedad. No existen estudios que determinen si el haber utilizado estas técnicas durante estos 70 años ha dado lugar a efectos dañinos para la salud, y si lo hubieran hecho podríamos no haberlo detectado. Para algunas personas, ya que se ha aceptado la mutagénesis aleatoria debería aceptarse igualmente la transgénesis. Para otras, si la mutagénesis también puede resultar problemática en todo caso habría que regular las dos. La mayoría de grupos ecologistas se decantan por esta última, con visiones diversas sobre hasta qué punto una resulta más problemática que la otra. Más información sobre esta cuestión -que aquí podría alargarse demasiado- aquí.
También pueden darse cambios en el propio sitio donde se inserta el gen. Aunque se supone que esto está controlado y en este caso se ha certificado que no ocurre, conviene reseñarlo porque no hace ni un año se descubrió en una variedad de arroz dorado que el gen se había insertado interrumpiendo otro gen relacionado con una importante hormona vegetal, lo que estaba teniendo efectos sobre el crecimiento (nuestros comentarios y el enlace al paper aquí).
En la UE para compensar de alguna forma estas deficiencias se realizan estudios de alimentación en animales, en cuyo pienso se añade la planta transgénica a analizar. Así, si se observan efectos sobre la salud de estos animales se puede sospechar que el alimento puede estar dando algún problema, aunque no se tenga un conocimiento detallado de por qué se está produciendo el efecto. Sin embargo, estos estudios también presentan algunas deficiencias: solo duran tres meses, con lo que no se podrían detectar efectos crónicos (para eso harían falta dos años), y los realiza la propia empresa interesada en comercializar el producto: la autoridad pública al cargo (en la UE, la EFSA) recibe un dossier-resumen de los experimentos. Esto supone fiarse de la buena voluntad de las empresas. En el caso del arroz dorado ni siquiera se han realizado esos ensayos de tres meses.
Existe un ensayo de 36 días realizado en EEUU en 2009, en los que la idea no era estudiar la seguridad del arroz dorado sino si al ingerir el beta-caroteno del arroz efectivamente subían los niveles de vitamina A. Este estudio resulta problemático por varias razones – por ejemplo, como la presencia de grasa favorece la conversión de beta-caroteno en vitamina A, se suplementaba el arroz con 10 g de mantequilla, pero alguien que no puede permitirse comprar fruta y verdura fresca difícilmente va a poder disponer de estas cantidades de grasa – y, aunque las cinco personas que lo ingirieron no presentaron problemas inmediatos de salud, no puede utilizarse como prueba de que el arroz dorado es seguro.
Ni en el caso del arroz dorado ni en el de ningún otro transgénico comercializado se han puesto en marcha estudios epidemiológicos post-comercialización para detectar la posible aparición de nuevos alérgenos – algo posible por las razones descritas en el primer punto. Sin estos estudios post-comercialización solo podrían detectarse problemas muy serios, evidentes y claramente atribuibles al producto ingerido. Las pruebas actuales intentan predecir este tipo de efectos mediante análisis bioinformáticos que comparan la secuencia de los transgenes introducidos con los alérgenos que se conocen: esto excluye los posibles alérgenos de novo que puedan generarse como efecto secundario de las técnicas de transformación utilizada en puntos del genoma diferentes al punto de inserción (una explicación más larga de estas deficiencias se puede encontrar en el informe de la Academia Nacional de las Ciencias de 2016, a partir de la página 202 – por cierto, este informe que se utilizó para decir que “se había demostrado que los transgénicos eran seguros” también señalaba la falta de datos sobre efectos a largo plazo y otras deficiencias, algo que ya comentamos aquí).
En este artículo al que ya hemos enlazado antes se pueden encontrar otras cuestiones relacionadas con el proyecto del arroz dorado en cuestión. Aunque está algo desactualizado, algunas siguen vigentes.
No hemos incluido referencias a posibles problemas ambientales por no tener relación con el caso de Australia y Nueva Zelanda, donde se ha autorizado la importación pero no parece que se vaya a aprobar el cultivo. Parece que los datos disponibles hasta la fecha sobre el posible impacto ambiental se limitan a observaciones superficiales de los investigadores durante las pruebas de campo. No obstante, señalamos de nuevo que las modificaciones imprevistas derivadas del proceso de transformación (y también de la interacción de los genes introducidos con otros genes de la planta) podrían afectar al comportamiento de cualquier gen, incluidos los que tienen que ver con la relación de la planta con otros organismos en el medio.
Desde un punto de vista más general, la oposición al arroz dorado como solución humanitaria tiene que ver también con la oposición al modelo agrícola del que viene, que pretende generar soluciones “parche” al problema del hambre sin cuestionar las estructuras sociales y económicas que lo generan. Una persona que tiene deficiencia en vitamina A tiene deficiencia en muchas otras vitaminas, no porque no disponga de cultivos capaces de producirlas – en estos países existían multitud de frutas y verduras capaces de producir todos esos nutrientes – sino por haber perdido la soberanía sobre la producción, distribución y consumo de alimentos en sus territorios. Que una multinacional, a través de un proyecto de veinte años y varios millones de dólares, done un cultivo capaz de solucionar – si es que es capaz de solucionarla – una deficiencia vitamínica no es una solución estructural aceptable sino, en el mejor de los casos, un parche (y como parche para este problema ya han aparecido en estos veinte años otras soluciones más eficaces).
Por todo esto, lamentamos la decisión de Australia, Nueva Zelanda y Filipinas, y esperamos que otros países no les imiten, sino que trabajen por favorecer la recuperación de la soberanía alimentaria de sus poblaciones y el desarrollo de sistemas agroalimentarios sostenibles y justos.
Fuente: Observatorio OMG, Ecologistas en Acción
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