El cambio climático es el resultado, en parte, de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de billones de acciones individuales. Es por ello que, más allá de los compromisos políticos y acuerdos internacionales de carácter medioambiental, cada vez más ciudadanos intentan minimizar su huella de carbono para luchar contra este desafío.

Reciclar, comprar bombillas de bajo consumo, no emplear la secadora o hacer un uso responsable del agua son algunas de las medidas más comunes entre los más concienciados con esta problemática. Sin embargo, y pese a ser positivas, no son las más efectivas.

Las acciones de mayor impacto exigen cambios en el estilo de vida occidental

Tener un hijo menos, vivir sin coche, evitar viajar en avión y adoptar una dieta vegetariana son las medidas personales más trascendentes para minimizar las emisiones de GEI en países desarrollados, según un estudio publicado en la revista Environmental Research Letters.

Decidir no aumentar el tamaño de la familia es la más efectiva con una amplia diferencia, y evitaría la emisión de 58 toneladas de CO2 (tCO2), de media, por cada año de vida de los progenitores.

Pero las consecuencias de tomar esta decisión son diferentes en cada país: no es lo mismo optar por tener menos hijos en Qatar, que tiene un índice de emisiones per cápita de 45,5 tCO2, que en España, donde la media es de 5 toneladas. Y menos aún, si la comparación es con un país subdesarrollado como Etiopía, donde las emisiones de CO2 de 50 etíopes equivalen a las de un español.

Desplazarse sin coche es la siguiente acción de mayor repercusión, y supondría expulsar 2,4 tCO2 menos cada año a la atmósfera. Además, conllevaría múltiples beneficios: menos tráfico, mayor independencia del petróleo y evitaría los problemas medioambientales que conllevan la fabricación y el mantenimiento de los vehículos. A esta le siguen ahorrarse un vuelo transatlántico de ida y vuelta (1,6 tCO2) y hacerse vegetariano (0,8 tC02 cada año).

Tener un coche eléctrico y contratar un proveedor de energía verde para el hogar, también evitarían emitir cantidades elevadas de GEI. Pero, como los niveles de emisión de estas acciones dependen de los recursos con los que se produzca la energía, no aparecen entre las más recomendadas.

“Somos conscientes de que estas decisiones son profundamente personales. Sin embargo, no podemos ignorar los efectos de nuestro estilo de vida sobre el clima”, señalan los autores de la investigación.

La diferencia, en términos de efectividad, entre estas medidas y las que realizan a día de hoy la mayoría de personas es significativa: cambiar todas las bombillas de una vivienda por otras de bajo consumo es ocho veces menos efectivo que dejar de comer carne. Lavar la ropa con agua fría y secarla al aire libre (durante un año), los dos hábitos más efectivos en el hogar, sólo equivalen a medio viaje de ida en un vuelo transatlántico. Y el reciclaje de 684 personas durante toda su vida tendría la misma repercusión que decidir tener un hijo menos en EE. UU.

Aun así, los investigadores consideran que vale la pena continuar realizando las acciones de menor impacto: “Todas ellas son positivas para abordar la escala de cambio climático a la que nos enfrentamos, pero tenemos que ser realistas: no son suficientes”, sostienen.

Tener un hijo menos, vivir sin coche, evitar viajar en avión y adoptar una dieta vegetariana son las medidas personales más trascendentes para minimizar las emisiones de GEI en países desarrollados

Los gobiernos no fomentan las medidas más efectivas

El estudio también ha analizado las recomendaciones de los gobiernos de la Unión Europea, EE. UU, Canadá y Australia para combatir al cambio climático, y destaca que la mayoría no promueven las acciones de mayor impacto. Ninguno menciona los beneficios ambientales de tener un hijo menos. Y sólo el de Australia aconseja desplazarse sin coche, y la UE reducir la ingesta de carne.

En 2050, la temperatura media del planeta no debería superar 2 °C respecto a los niveles preindustriales, según el principal compromiso al que llegaron 195 países en el Acuerdo de París. Lo que significa que cada persona debería emitir como máximo 2,1 toneladas anuales de CO2. Pero teniendo en cuenta las estimaciones de la investigación, solo con realizar un vuelo transatlántico de ida y vuelta al año y comer carne, ya se superaría esta cantidad.

Así, los investigadores reclaman a las administraciones que orienten su política medioambiental no solo hacia una transformación tecnológica y energética, como hasta ahora, sino también a informar a la ciudadanía sobre estilos de vida más sostenibles. “Somos partidarios de empoderar a las personas para que adopten los comportamientos más efectivos a la hora de reducir sus emisiones personales”, explican.

Y ponen el punto de mira en los adolescentes: “Al encontrarse en edades previas a tomar decisiones importantes, como tener una familia, comprarse un coche o empezar a viajar,  es necesario que conozcan las consecuencias medioambientales de sus actos”. Asimismo, aseguran que son un sector influyente que ayudarían a promover estos estilos de vida entre sus familiares y otros adultos, que ya tienen hábitos establecidos.

“No queremos lanzar un mensaje de sacrificio, sólo pretendemos fomentar acciones que garanticen una atmósfera más limpia. Además, muchos de los cambios que proponemos implican un estilo de vida más saludable”, subrayan los autores. Por ejemplo, alimentarse a base de productos vegetales reduciría los problemas de salud vinculados al elevado consumo de carne en países desarrollados. Desplazarse en un transporte más ‘limpio’ disminuiría la polución del aire, y hacerlo a pie o en bicicleta, la creciente obesidad.

Autor: Juan Gayá, Periodista ambiental y científico

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Publicado en Bio Eco Actual Marzo 2018