Desde un punto de vista más funcional que descriptivo, el suelo es un complejo sistema altamente organizado, con sus propias leyes de organización, en el que interactúan minerales, vegetales, macro y microorganismos en cooperación, además de gases y agua en diferentes estados.

Vivificar el suelo: el camino a sistemas productivos más sostenibles

A un nivel de mayor complejidad, la edafosfera, hace referencia al mundo de los suelos; a esa capa que constituye la cubierta de la superficie terrestre, la “piel de nuestro planeta”, que nos invita a imaginarla como una geomembrana del modelado terrestre, con ciertas analogías a las biomembranas de los seres vivos, lo que le permite actuar como un sistema abierto al intercambio de materia, energía e información.

El suelo, como componente integrador de la biosfera, no es sólo un sustrato productivo, sino también es el responsable de muchos de los servicios ambientales que posibilitan el bienestar humano: es mitigador del cambio climático, receptor y cosechador del carbono, receptáculo del agua dulce, cobijo de una enorme biodiversidad, filtro regulador de plagas y enfermedades, medio para suministrar oxígeno a la atmosfera a través de las plantas que sostiene, es fuente de salud y de bienestar y es, al fin y al cabo, el sustrato sobre el que desarrollamos nuestra existencia.

El suelo es el responsable de muchos de los servicios ambientales que posibilitan el bienestar humano

Además, como gran transmutador, el suelo convierte la materia inerte en materia viva; al recibir los restos orgánicos en forma de necromasa y convertirlos en múltiples formas de vida, sin olvidarnos que a través de los ciclos biogeoquímicos hace biodisponibles los elementos minerales, en su viaje por la biosfera.

Si nos centramos en su manejo productivo, el marco teórico agroecológico es el que más se ha aproximado al conocimiento global del suelo y a la mejora de su funcionalidad traducida en fertilidad, producción y conservación.

Para la agroecología y los modelos agrarios más holísticos surgidos bajo el conocimiento de esta ciencia integradora, el suelo de cultivo es un sistema viviente que refleja la naturaleza agroambiental y la cosmovisión de cada territorio y considera como aspectos exitosos a tener en cuenta a la hora de su manejo: la memoria del suelo, reflejada en su génesis y en su historia agraria y la obligación de mantener en la gestión productiva la vida del suelo, en todas sus formas y manifestaciones, pero no sólo mantenerla en relación a la cantidad, sino en relación a su funcionalidad.

Por lo tanto, uno de los retos para lograr sistemas productivos verdaderamente sostenibles, irá enfocado a vivificar el suelo.

Vivificar el suelo sistemas productivos más sostenibles

Vivificar el suelo invita a recuperar, a través de activar mediante un conocimiento y un manejo preciso, los mecanismos bioquímicos y energéticos que  permiten la recuperación de su funcionalidad.

La comprensión del término debe partir de una visión integral de los sistemas productivos que nos dirija a trabajar el suelo como un ecosistema viviente donde todos sus componentes están interconectados; un sistema  en el que la cooperación es la base de la evolución; un medio en el que leyes precisas permiten la expresión de su vitalidad en las manifestaciones más próximas para la agricultura como son la calidad y la fertilidad.

El conocimiento de la ecología de sistemas y la imitación de los procesos que en ellos ocurren nos facilita el trabajo agrícola enfocado a vivificar el suelo.

Así sabemos, que los suelos en condiciones naturales mantienen en su seno un enorme “capital natural” representado por todas las variedades de macro y microrganismos y por sus interacciones intra e interespecies, además de las que ocurren con su medio.

En relación al mundo vegetal, el suelo vivo es el sustento de un gran número de especies vegetales y de una enorme diversidad de sistemas radiculares, lo que conduce a la mejora y formación de complejas estructuras agregacionales, y a una enorme complejidad metabólica mantenida por las redes tróficas, propias de cada suelo, ya que, al igual que el intestino animal, el sistema radicular, está poblado y rodeado por una comunidad microbiana compleja conocida como microbioma de la raíz.

En la rizosfera -capa de suelo de milímetros de espesor que rodea íntimamente a la raíz-, las comunidades microbianas son distintas de las del resto del bioma edáfico. En este espacio, el microbioma radicular ejerce un papel fundamental en la nutrición de la planta  y en la defensa contra patógenos edáficos. Y todo ello a cambio mayoritariamente de hidratos de carbono que la planta suministra a su biota edáfica y que son producidos en la fotosíntesis, y de otros materiales residuales productos de las trasformaciones celulares que ocurren en la fisiología radicular.

Tal es la importancia y la especificidad del ecosistema rizosférico que algunos autores consideran que el microbioma raíz es un “genoma secundario” que proporciona a las plantas hospederas algunos rasgos de la funcionalidad microbiana.

El suelo de cultivo es un sistema viviente que refleja la naturaleza agroambiental y la cosmovisión de cada territorio

Volviendo de nuevo al manejo agrario, la forma más sensata de vivificar el suelo es a través de los conocimientos y las técnicas que permiten optimizar la estabilidad de la estructura y la agregación; la cantidad y calidad del agua edáfica, la presencia y disponibilidad de los nutrientes minerales y de las sustancias  fitoactivadoras, así como facilitar las sinergias producidas entre la vida vegetal, macro y microorganismos, traducidas en múltiples «diálogos» bioquímicos y en respuestas de adaptación y mejora productiva.

En este contexto, el diseño de la finca con bases ecosistémicas; los aportes orgánicos y minerales de calidad; las cubiertas permanentes, las asociaciones y rotaciones adecuadas en el tiempo y en el espacio, el no laboreo o mínimo laboreo, el uso de la línea clave, el manejo holístico del ganado, la incorporación del arbolado, etc., son algunas prácticas de interés para vivificar el suelo que veremos en el próximo artículo.

Encontrarás la segunda parte de este artículo en el Bio Eco Actual Noviembre 2018

Autora: Juana Labrador Moreno, Dra. en Biología y profesora de Agroecología en la Escuela de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Extremadura

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