Los humanos seguimos siendo incapaces de aprovechar nuestra inteligencia y nuestra capacidad tecnológica para hacer frente a uno de los peores problemas que nos afectan como especie: el hambre. Unos 821 millones de personas (uno de cada nueve habitantes del planeta) están subalimentados y los daños provocados por las actividades humanas en el clima amenazan con incrementar la inseguridad alimentaria en los próximos años, en especial en países cuyos sistemas agrícolas son extremadamente sensibles a la variabilidad de las precipitaciones, el aumento de las temperaturas y los largos episodios de sequía. 

El cambio climático y la falta de alimentos: 1 de cada 10 habitantes del planeta están subalimentados

El cambio climático se presenta, en este contexto, como el principal impedimento para conseguir reducir el hambre en el mundo, por delante incluso de los conflictos militares y la violencia, según destaca el informe ‘El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. 2018’ presentado este otoño por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

En muchas ocasiones, cuando hablamos de cambio climático nos centramos exclusivamente en el aumento de las temperaturas. De hecho, el indicador esencial del último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático destaca la importancia de evitar que se supere el listón de 1,5 grados de aumento de la temperatura media global (en relación a la temperatura anterior a la era industrial), siguiendo el objetivo marcado por el Acuerdo de París.

No obstante, el nuevo informe de la FAO destaca que el peor problema del cambio climático en relación a los recursos alimentarios no es la temperatura media sino “la variabilidad y las condiciones extremas del clima”. Los países del área mediterránea hemos tenido la oportunidad de conocer en directo la variabilidad climática a la que se refiere la FAO con uno de los otoños más trágicos como consecuencia de las inundaciones y la llegada de un huracán o tormenta tropical (Leslie).

La creciente variabilidad y las condiciones extremas de los fenómenos meteorológicos, prevista en muchos de los modelos de cambio climático, afecta puntualmente a los países industrializados,  pero en las regiones en desarrollo – donde las infraestructuras son precarias y la capacidad económica es muy limitada-, “está afectando negativamente a todas las dimensiones de la seguridad alimentaria”, indica la FAO; desde la disponibilidad de tierras de cultivo hasta la pérdida de cosechas, muertes de ganado, deterioro de los canales de distribución o la seguridad sanitaria de los productos finales.

El peor problema del cambio climático en relación a los recursos alimentarios no es la temperatura media sino la variabilidad y las condiciones extremas del clima

“El riesgo de inseguridad alimentaria y malnutrición es mayor hoy en día porque los medios de vida y los activos conexos, especialmente los de los pobres, están más expuestos y son más vulnerables a la variabilidad y las condiciones extremas de un clima cambiante”, concluye el informe de la FAO.

Durante la primera década de este siglo, diversos indicadores apuntaban que el problema de la subalimentación parecía disminuir a escala global. Por contra, las cifras de 2016 y 2017 muestran que vuelve a crecer el número de personas que no puede acceder a la alimentación suficiente para garantizar su bienestar y desarrollo equilibrado. En 2016 se calculaba que el hambre afectaba a 804 millones de personas mientras que en 2017 alcanzó los 821 millones (10,9% de la población global). De hecho, 2018 está siendo el tercer año consecutivo en el que crece la población total con “un consumo insuficiente de energía alimentaria”, según la expresión utilizada por la FAO.

A este ritmo parece muy difícil, por no decir imposible, conseguir el objetivo número 2 de la agenda de la ONU para el desarrollo sostenible. Como se recordará, ODS número 2 indica en su primer apartado: “Para 2030, poner fin al hambre y asegurar el acceso de todas las personas, en particular los pobres y las personas en situaciones vulnerables, incluidos los lactantes, a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año”.

En otro de los apartados destacados del informe de la FAO se recuerda que “un escaso acceso a los alimentos y, especialmente, a alimentos saludables, contribuye a la desnutrición, así como al sobrepeso y la obesidad. Hace que se incremente el riesgo de bajo peso al nacer, emaciación (adelgazamiento extremo) en la niñez y anemia en las mujeres en edad reproductiva, y está relacionado con el sobrepeso en niñas de edad escolar y la obesidad en las mujeres, especialmente en países de ingresos medianos altos y altos”.

El magnífico trabajo de la FAO recuerda en este sentido, que en muchas ocasiones el problema no es solo de falta de alimentos, sino que “el precio elevado de los alimentos de calidad, el estrés que significa vivir con inseguridad alimentaria y las adaptaciones fisiológicas a la restricción de alimentos ayudan a explicar por qué las familias que enfrentan inseguridad alimentaria tienen un riesgo más alto de sobrepeso y obesidad”.

Por si el informe de la FAO fuera poco, un estudio internacional publicado el 22 de octubre en Nature Climate Change advierte de que la región del Mediterráneo es una de las zonas que se verá más gravemente afectada por fenómenos asociados al cambio climático como las precipitaciones torrenciales, los episodios de sequía y las olas de calor. En consecuencia, el conjunto de condiciones previstas por los modelos climáticos incrementarán las pérdidas en la producción agrícola, aunque en nuestro caso no produzcan de forma directa problemas de hambre en la población. También en este caso, la solución global pasa por reducir la emisión de gases de efecto invernadero (causantes del cambio climático) y medidas paliativas inmediatas como adoptar sistemas agrícolas más respetuosos con el medio ambiente y más resistentes a la variabilidad climática.

Autor: Joaquim Elcacho, Periodista especializado en Medio Ambiente y Ciencia

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