Las proteínas son esenciales: construyen y regeneran nuestros tejidos y órganos y realizan la mayor parte del trabajo celular. Mantienen activo nuestro metabolismo, por lo que integrarlas abundantemente en nuestra dieta es fundamental.

Dietas ricas en proteínas
En el contexto de una alimentación consciente y saludable, las dietas proteicas ganan popularidad. Se caracterizan por ser ricas en proteínas y bajas en hidratos de carbono, mejorando la composición corporal y el rendimiento físico y mental de nuestro cuerpo.
Al reducir el consumo de hidratos de carbono de forma drástica y remplazarlos por las grasas, se desencadena una reacción metabólica llamada cetosis (de ahí la llamada dieta keto o cetogénica), en que el cuerpo cambia su fuente de energía principal: ya no es de la glucosa procedente de los hidratos de carbono, si no de la grasa almacenada en los tejidos de donde se obtiene la energía necesaria para un correcto desarrollo físico y cerebral.
La principal ventaja de este tipo de alimentación es que permite utilizar el metabolismo de la grasa como sustrato energético. Esto limita la glucosa en sangre y los niveles de insulina, evita las subidas y bajadas de azúcar y favorece unos niveles de energía más estables, importantes en la prevención de enfermedades como la diabetes tipo II, la obesidad o la hipertensión, entre otras. Por otro lado, aumenta las enzimas antioxidantes, rebaja la inflamación y el estrés oxidativo y mejora el rendimiento deportivo, manteniendo la masa muscular.
¿Qué alimentos son la base?
Legumbres, cereales, vegetales… son alimentos ricos en proteínas. Pero muchos de ellos lo son también en carbohidratos y azúcares. Por ello, saber qué alimentos son beneficiosos para nuestro organismo, cómo combinarlos y en qué cantidades, es clave al seguir una dieta de este tipo.
Dado que la ingesta de carbohidratos se limita, la suplementación de vitaminas, minerales y ácidos omega muchas veces es necesaria
Las dietas proteicas priorizan las verduras de hoja verde y ensalada (brócoli, pepino, calabacín, rábano); frutas y bayas bajas en carbohidratos (coco, frutos rojos, limón); grasas saludables (aceite de oliva virgen extra, aguacate, cacahuetes); frutos secos (nueces, avellanas, piñones, almendras), pipas y semillas (sésamo, calabaza); proteínas vegetales como tofu, seitán o espirulina; y agua, té, infusiones o café, entre las bebidas.
Dado que la ingesta de carbohidratos se limita, la suplementación de vitaminas, minerales y ácidos omega muchas veces es necesaria. Por ello, en este tipo de dietas, se recomienda la supervisión profesional de dietistas y nutricionistas especializados.
Autora: Ariadna Coma, Periodista.
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