La contaminación ambiental, el estrés, los productos químicos esterilizantes, la modificación genética, la destrucción de la fauna y de la flora: la esterilización de los bosques, la acidificación de la tierra, la contaminación de los ecosistemas fluviales y marinos… Nuestro planeta es cada vez más infértil. Son hechos, son datos y están avalados por numerosos estudios científicos.

Según el último informe de Naciones Unidas sobre la situación demográfica en el mundo, tras la Conferencia de El Cairo de 1994, la fertilidad bajó en la mayoría de las grandes zonas del mundo. Ya en 1994, la fertilidad en el mundo había pasado, en cifras globales, de unos 4,5 hijos por mujer a principios de los años 70 a unos 3 hijos por mujer, y en 2014, en torno a 2,5 hijos por mujer.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que la infertilidad afecta a más de 80 millones de personas en todo el mundo.

En España, entre un 15% y un 17% de las parejas tienen problemas de reproducción, lo que supone una cifra de unas 800.000 personas. Según los datos de Eurostat, España está entre los últimos países de Europa, junto a Polonia y Portugal, en cuanto a la tasa de fertilidad, con 1,3 hijos por mujer.

Por otro lado, según un estudio publicado en el British Medical Journal, la cantidad media de espermatozoides masculinos ha descendido un 45% en cincuenta años.  En España, los expertos aseguran que en las tres últimas décadas se ha pasado de una media de 336 millones de espermatozoides por eyaculación a 258 millones en la actualidad.

Estamos rodeados de sustancias tóxicas con efectos endocrinos que atacan a la fertilidad. En esta publicación, hemos hablado de los disruptores endocrinos, que afectan, entre otras cosas, al sistema reproductor, y de sustancias como el glifosato, componente del herbicida Roundup de Monsanto que, según diversos estudios científicos, además de malformaciones y cánceres, es espermatotóxico. ¿Por qué no hay leyes y medidas que nos protejan de esas sustancias?

La revista The Ecologist, publicaba en su último número el monográfico “¿Qué y quién ataca a la fertilidad gaiana? ¿Existe un plan eugenésico global?” Su director, Pedro Burruezo, nos comentaba “Tanto tiempo escribiendo sobre pesticidas y disruptores hormonales… Al final, me di cuenta de que todos estos productos tienen algo en común: son esterilizantes. ¿Por qué siguen estando en el mercado, entonces? No es casualidad. No hay casualidades”.

En este sentido y al buscar las causas, es por lo que muchos aluden a las llamadas “teorías de conspiración eugenista” por las que podría existir un plan para reducir la población. La eugenesia, filosofía social formulada por primera vez en 1865 por Galton, defiende la mejora de la especie humana mediante formas de intervención manipulada. Aunque ya la selección artificial de seres humanos fue sugerida por Platón y practicada por los espartanos en Grecia, el término eugenesia se ha asociado sobre todo a la Alemania nazi. Pero la eugenesia fue una disciplina estudiada en las universidades, apoyada por figuras como Graham Bell, Bernard Show o Churchill. En 1910 la Oficina de Registros Eugenésicos de Nueva York nació con fondos del Instituto Carnegie y la fundación Rockefeller. Miles de personas fueron esterilizadas en países democráticos como EEUU y Suecia.

En la actualidad, Kevin Galalae, autor del libro Killing us softly, ha investigado a este respecto y mantiene que desde 1945, los gobiernos han utilizado métodos encubiertos para limitar los nacimientos en países desarrollados y subdesarrollados.

De todos modos, como dicen en The Ecologist, al margen de las teorías, lo cierto es que algo está pasando. Sólo hay que bucear un poco en la información y podemos encontrar estudios científicos sobre infinidad de sustancias legales que nos rodean y que consumimos, que tienen efectos sobre nuestra fertilidad. Refrescos como la cola reducen un 30% el número de espermatozoides en los hombres. El aceite vegetal bromado (BVO) prohibido en Europa y Japón, está presente en multitud de refrescos y bebidas energizantes y se sabe que produce alteración en el sistema hormonal y la tiroides. Los alimentos cultivados con plaguicidas, jabones, pastas de dientes, cosméticos, champús…, son portadores de sustancias disruptoras endocrinas.

Los cultivos transgénicos como el maíz, la soja y el trigo causan infertilidad y aborto involuntario en animales y personas. Debido a los piensos con OMG’s, algunos ganaderos han observado que la infertilidad en el ganado llega al 50%.

La píldora anticonceptiva tiene efectos, no sólo en las usuarias (menopausias precoces, esterilidad, tumoraciones, trombos, obesidad, falta de libido…) sino también en el medio ambiente (diferentes estudios científicos demuestran que la polución química llega a la fauna de ríos y mares). “Los escritos de Alejandra Pope al respecto son muy reveladores”, nos comenta Burruezo, “ y eso por no hablar de los efectos de ese chute hormonal en las aguas: una vez en la cadena trófica, los anticonceptivos hormonales esterilizan a las hembras y feminizan a los machos de la fauna acuática. En fin, algo descomunal… “Los científicos nos muestran que la contaminación estrogénica de la píldora es imposible de filtrar en las actuales depuradoras de aguas residuales, con lo que llega a la fauna de ríos y mares. Estudios en la Universidad del País Vasco y en diversas universidades británicas han demostrado que los residuos de la píldora anticonceptiva están provocando la feminización de peces y moluscos.

Otros estudios nos hablan de cómo las dioxinas, productos químicos de deshecho que se forman al combustionar otros productos que contienen cloro (es el caso del algodón y papel blanqueados, servilletas, papel higiénico o tampones que contienen decolorantes, productos de limpieza) interactúan y modifican genes, afectan a la fertilidad y al sistema neurológico. También se las relaciona con la endometriosis, enfermedad que afecta, según estimaciones, a cerca de 90 millones de mujeres.

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O el flúor, que entre las múltiples patologías que puede provocar, baja los niveles de testosterona y la movilidad y el número de espermatozoides. Este residuo de la industria del aluminio, hasta 1930 se vendía como insecticida. El libro El engaño del flúor del productor de la BBC Christopher Bryson ofrece datos muy relevantes.

Por otro lado, la tala indiscriminada, los incendios provocados o la plantación de especies transgénicas conducen a esterilizar la tierra. Como viene denunciando Josep Pámies, agricultor impulsor de la Dulce Revolución, es muy preocupante que multinacionales como Monsanto, Bayer o Basf… que dominan el mundo de las semillas transgénicas, tengan a la vez potentes industrias farmacéuticas y de alimentación.

Por último no podemos olvidar la esterilización cultural, mediática y lo que señala Burruezo, “algo más peligroso, la eugenesia mental. El artículo que habla sobre la población alemana y de cuánta gente rechaza la idea de tener hijos… es increíble y muy clarificadora”.

Os invitamos a profundizar más al respecto.

Más información en: www.theecologist.net; www.real-agenda.com; www.viacampesina.org
Autora:
Marta Gandarillas – Bio Eco Actual