Me refiero a las vacas lecheras. El hechizo de que nos ofrezcan el beneficio de su leche sin necesidad de proceder a su sacrificio, puede llevarnos a un error de percepción. Puede hacernos pensar que su paso por este mundo no está sujeto necesariamente a su muerte comercial y que, por lo tanto, el respeto por su vida las exime de las fatigas de saberse carne de matadero. Burdo espejismo. La vida ofrece mayores oportunidades al sufrimiento que la muerte.

La vaca que no ríe

De todos los modos en los que podemos retorcer la existencia de una vaca lechera, existen ciertas prácticas especialmente agresivas. Actualmente estos animales viven inmersos en un ciclo continuado de preñez/parto/preñez repetido hasta el aburrimiento, o hasta que, de hartazgo, revientan. En su inteligencia natural, la reacción de las vacas ante tanto embarazo no deseado era la reducción de su productividad. El grifo se secaba. El ganadero no podía sino consentir en el ansiado descanso de la madre que, por unos meses, dejaba de ser madre para ser vaca. Era el “periodo seco”.

Sin embargo la aplicación de la tecnología y la selección genética al colectivo bovino nos permitió, como humanos, poner fin a tanto recreo. Las vacas de ahora casi no necesitan “periodos secos” para reponer el maná de sus ubres. El peaje vacuno ante el empacho de maternidad ha sido muy elevado. Deformaciones grotescas, mamitis, movilidad limitada y en definitiva reducción de su esperanza de vida. Una vaca lechera de 10 años, en el ecuador de su vida, es ya considerada una vaca “vieja”, improductiva.

No acaba aquí el calvario. Una vez que ha parido sus retoños, éstos le son arrancados antes de destetar dado que es más barato alimentar artificialmente a los terneros, o sacrificarlos, que permitir que sigan desperdiciando la leche que su madre produce para la fabricación de queso, por ejemplo.

Otro bulo. Las vacas lecheras salen a pasear, y pastar. Mentira a medias. El acceso al pradal, y el tiempo de estancia en el mismo, no está sujeto al deseo de la vaca sino a la relación en insumos prado/pienso. Que la balanza se decante por uno u otro dependerá de factores tales como número de animales, precio del pienso, mano de obra necesaria, disponibilidad de pasto, condiciones climáticas, tiempo consumido, capacidad organizativa, factores todos ellos muy importantes que no teniendo nada que ver con la etología de la vaca deciden su destino final. Si la versión “pienso” resulta más rentable ¿para qué voy a sacarlas a pasear? La estancia más o menos permanente de los animales en el interior de una nave implica casi siempre su sujeción. Animales geométricamente organizados e inmovilizados con cuerdas o cadenas a líneas que permiten el máximo uso matemático de su capacidad de producción en un espacio limitado…

Transcurridos 10 años, en el mejor de los casos, estas vacas cambian de denominación. Ya no son animales de “producción”, son animales de “desvieje”, tremenda palabra sinónima, en el caso de las vacas, de incapacidad, desahucio. Acabarán en un matadero como carne de tercera. El círculo se cerró.

No quiero decir con esto que los ganaderos tengan una vida fácil. Lo que sé es que la de las vacas no lo es. Es urgente dotarnos de una legislación europea que mejore sus condiciones de vida. Regular sobre “periodos secos”, destete de terneros, acceso al exterior y sistemas de amarre debe entrar, sí o sí, en la ecuación. Lo contrario sería tomar el pelo a las vacas.

Autor: Alberto Díez, director de ANDA (Asociación Nacional para la Defensa de los Animales)

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