La cabaña ganadera española está compuesta por más de 300 millones de animales que engullen cerca de 20 millones de toneladas de pienso cada año. Y en ese pienso está la esencia de la carne que finalmente acabará llegando al plato de los consumidores, por lo que su composición es vital para la cadena alimentaria.

¿Qué come lo que comemos? Pienso luego existo

Según el último informe de la Confederación Española de Fabricantes de Alimentos Compuestos para Animales (Cesfac), el pienso que come el ganado español está elaborado a base de cereales (66%), soja transgénica (20%), grasas (5%) y otros productos como vitaminas, sales, espesantes, aditivos y potenciadores del sabor (10%).

Pese a que existen muchos tipos de pienso, porque cada animal requiere una nutrición específica, la soja transgénica está presente en la inmensa mayoría. Desde la Facultad de Veterinaria de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) afirman que “es muy difícil encontrar soja que no sea transgénica, pero no hay que tener dudas porque es muy segura”. España adolece de cultivos de soja, por lo que debe salir a buscarla al exterior: cada año se importan hasta seis millones de esta proteína vegetal básica para la alimentación del ganado, el 20% del conjunto de importaciones que se llevan a cabo en la Unión Europea.

A excepción de los ganaderos ecológicos que respetan la dieta de los animales y luchan por preservar una cadena alimentaria de calidad, los datos constatan que la cabaña ganadera española no está libre de transgénicos, lo que repercute de lleno en la ingesta de los consumidores, a quienes se les oculta buena parte de la información. Las leyes europeas obligan a etiquetar la presencia de transgénicos si suponen más de un 0,9% de la composición de un alimento, una normativa escurridiza en el caso de los alimentos de origen animal. Especificar la alimentación que ha seguido un cerdo, un pollo o una vaca no es necesario, por lo que el consumidor desconoce si estos animales han sido alimentados con pienso transgénico.

Junto a los productos transgénicos, también llegan al plato otras sustancias polémicas como los antibióticos. Si bien es cierto que en la Unión Europea están prohibidos desde 2006 para estimular el crecimiento de los animales, se siguen usando por motivos terapéuticos. Además, están muy extendidos en Estados Unidos, donde no hay prohibición alguna y desde donde se importan numerosos alimentos y animales, lo que eleva el riesgo y diluye fronteras. Este fenómeno se disparará con el polémico Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP), que rebajará la ya insuficiente protección europea de los animales en su crianza, transporte y sacrificio, y facilitará la entrada de productos que no garantizan una protección mínima del ganado.

Al cóctel de transgénicos y antibióticos se deben sumar las dioxinas

Con un enorme poder cancerígeno, y muy nocivas para la salud y el medio ambiente, las dioxinas han protagonizado numerosas crisis alimentarias. Una de las que han tenido mayor repercusión es la que se produjo en Bélgica en 1999, cuando se detectaron millones de aves contaminadas con dioxinas, que consecuentemente se habían trasladado a multitud de productos de consumo humano, como sopas, alimentos infantiles y huevos. Las dioxinas habían llegado a los animales a través de un pienso contaminado que también se había suministrado a otros animales de ganado: las repercusiones sanitarias y medio ambientales fueron incalculables. Una crisis parecida se repitió en Alemania en 2011, lo que volvió a evidenciar el mal funcionamiento de los controles de las dioxinas en los piensos de los animales de consumo. Desde la Facultad de Veterinaria de la UAB se insiste en que “la legislación es muy exhaustiva y sigue toda la trazabilidad”, aunque se admite que “siempre pueden haber excepciones”.

Certificar que el ganado de consumo ingiere pienso libre de transgénicos, antibióticos y dioxinas resulta complicado en las granjas industriales, donde la producción en masa impide alimentar a los animales con materias primas de calidad y proximidad.

Autor: Rosa Fernández, periodista

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