Las sociedades industrializadas han convertido a muchos alimentos en un simple negocio. Y contra más se venda y se consuma un producto, más beneficios económicos para los fabricantes y distribuidores. Con esta dinámica económica, no nos puede extrañar que cada vez se vendan más alimentos procesados con altas concentraciones de azúcar o grasas, y que las tasas de obesidad no paren de crecer en todos los países occidentales.

La posibilidad de que algunos productos de alimentación -del tipo fast food– se estén convirtiendo en las nuevas drogas de nuestra sociedad ha sido planteada en los últimos años por diversos expertos.

Un estudio publicado el pasado mes de diciembre por científicos de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), en Barcelona, va un paso más allá y muestra que el consumo prolongado de alimentos altamente calóricos y que despiertan fácilmente el apetito provoca cambios importantes en la funcionalidad del núcleo accumbens del cerebro, una región cerebral  vinculada a las adicciones. Este estudio publicado en la revista Addiction Biology indica que, en pruebas de laboratorio, los cambios observados “tienen un profundo impacto en las conductas alimentarias y se deben a la activación de la microglía y de procesos inflamatorios en esta región cerebral”.

El equipo científico liderado por Miquel Martín y Rafael Maldonado, investigadores del Laboratorio de Neurofarmacología de la UPF, llevaron a cabo el estudio facilitando a varios ratones el acceso a lo que los expertos consideran una dieta de cafetería, es decir, acceso ilimitado a comida de consumo fácil y a chocolatinas con alto valor calórico muy elevado.

El experimento mostró que la dieta de cafetería provoca en estos animales la activación de la microglía, las células inflamatorias del cerebro, en una región importante en el sistema de recompensa y que desempeña un papel crucial en el desarrollo de conductas adictivas: el núcleo accumbens.

“En un cerebro sano, la microglía se encarga de eliminar sinapsis no deseadas para ayudar en la maduración de los circuitos neuronales. Sin embargo, si la poda sináptica  no funciona correctamente, puede resultar en una pérdida excesiva de sinapsis, como sucede, por ejemplo, en la enfermedad de Alzheimer”, ha explicado el profesor Miquel Martín. La inflamación crónica inducida por la microglía afecta a las conexiones neuronales del núcleo accumbens, favoreciendo la adicción a la comida y el aumento de peso excesivo, concluye este experto.

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Relación entre la adicción y la obesidad

Para comprobar el impacto que la microglía y la neuroinflamación ejercen en el funcionamiento del núcleo accumbens, los autores de este nuevo estudio trataron a los ratones sometidos a la dieta de cafetería con un inhibidor de la microglía. Este singular tratamiento consiguió resultados positivos y los ratones dejaron de actuar como adictos a los alimentos y dejaron de engordar. “La identificación de este proceso neuroinflamatorio subraya la importancia de los circuitos de recompensa en las alteraciones del comportamiento que conducen a la obesidad”, ha explicado Miquel Martín. Además de mostrar que este tipo de alimentación -muy común en nuestra sociedad- provoca una adicción parecida a la asociada a las drogas, los expertos sugieren que su estudio puede ayudar a encontrar nuevas vías para luchar contra la obesidad.

Los datos actualizados en octubre de 2017 por la Organización Mundial de la Salud indican que la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial, con al menos 2,8 millones de personas que mueren cada año como resultado de tener sobrepeso u obesidad. “Mientras que antaño esta enfermedad se asociaba únicamente a los países de altos ingresos, la obesidad se ha convertido en una enfermedad prevalente también en países de ingresos bajos y medios”, asegura el profesor Martín. “Necesitamos encontrar un tratamiento para la obesidad, y tal vez tratar la adicción a la comida sea una aproximación complementaria para ello”, indica este experto de la UPF.

El estudio de la UPF no es el primero en el que se analiza la adicción a ciertos alimentos, en especial los productos elaborados con altos contenidos en azúcar, grasa o sal. La alimentación basada en esta dieta de cafetería, por utilizar la denominación del estudio de la UPF, provoca una engañosa sensación de bienestar; que se convierte en una señal de recompensa similar al provocado por algunas drogas ilegales.

En septiembre de 2013, el profesor Paul van der Velpen, en aquella época jefe de los  Servicios de Salud de Ámsterdam (Holanda), publicó un artículo pidiendo una regulación internacional sobre la producción y consumo de azúcar. Van der Velpen consideraba al azúcar como una de las drogas más peligrosas de la sociedad moderna, causante de la adicción que provoca millones de enfermos y muertos por culpa de enfermedades asociadas al sobrepeso y la obesidad. Este experto holandés consideraba que, si no es posible prohibir el uso indiscriminado de azúcar, por lo menos sería necesario imponer impuestos y tasas que dificultaran el acceso a este producto refinado.

En esta misma línea, en febrero de 2015, un equipo liderado por la profesora Erica  Schulte, de la Universidad de Michigan, publicó en la revista PloS One, un artículo en el que se proponía que “los alimentos altamente procesados comparten propiedades farmacocinéticas (por ejemplo, dosis concentradas, rápida tasa de absorción) con drogas de abuso, debido a la adición de grasas y/o carbohidratos refinados y la velocidad con que los carbohidratos refinados son absorbidos por el cuerpo humano, indicado por carga glucémica (GL). A partir de este estudio se podía elaborar un ranking de los alimentos más adictivos que se pueden encontrar actualmente en la dieta de un ciudadano occidental medio. Una lista que encabezan productos como las pizzas, las chocolatinas y las patatas fritas.

Autor: Joaquim Elcacho, Periodista especializado en Medio Ambiente y Ciencia

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