Sé que hay multitud de excepciones, pero cada día me impresiona más, la despreocupación que nuestra modernísima sociedad muestra por el medio natural.

Suelo, Vida y Sociedad

Esta actitud alarmante de incoherencia, es asumida como “normal” sin plantear la más mínima duda. Primero, a través de una cultura antropocéntrica que facilita la desconexión con lo natural; así a la naturaleza que nos acompaña en el viaje, la llamamos “medio ambiente” para tener la sensación de que nosotros somos simples observadores de ese otro mundo alejado y doblegado, que aunque próximo, está fuera de nuestras ocupaciones más inmediatas.

Segundo, guiados por la desidia, dejamos su protección en manos de los políticos o de los técnicos; unos, regidos por la inmediatez del poder y portadores de un enorme desconocimiento en estos temas, y los otros, aleccionados en el axioma de que cualquier impacto ocasionado por la actividad humana tiene solución a través de la técnica y el capital.

Y finalmente, en el tercer puesto del ranking de la insensatez, al no ser testigos directos e inmediatos de la degradación, parece que todo sucede en países “menos desarrollados”; sólo cuando “la caja tonta” nos muestra las consecuencias de nuestro modelo unificado de consumo sobre nuestra salud, sobre la extinción de especies, sobre la contaminación de aguas y suelos, sobre las poblaciones de seres humanos que deben huir de su modo de vida, sólo en esos segundos, nos paramos a pensar que la lógica que dirige nuestras actuaciones sobre el medio ambiente no es la correcta.

Esta forma desconcertante de actuar es mucho más impactante cuando hablamos del suelo, esa capa que constituye la cubierta de la superficie terrestre, la “piel de nuestro planeta”, vital para el ser humano ya que  el suelo no sólo nos provee de alimento, sino que es la base reguladora de nuestra existencia en este planeta.

Ignorantes de la trascendencia de su conservación, dejamos su protección en manos de tecnócratas

El suelo, no es sólo un sustrato productivo; es el responsable de servicios ambientales que posibilitan el bienestar humano: es mitigador del cambio climático, receptor y cosechador del carbono, receptáculo del agua dulce, cobijo de una enorme biodiversidad, filtro regulador de plagas y enfermedades, medio para suministrar oxígeno a la atmosfera a través de las plantas que sostiene, es fuente de salud y de bienestar y es al fin y al cabo, el sustrato sobre el que desarrollamos nuestra existencia.

Nuestra relación con el suelo también tiene sus incoherencias. Culturalmente lo hemos llamado suelo en vez de tierra, primero para diferenciarlo del planeta y segundo por alejarnos de la “sacralidad” del término “madre tierra”, para olvidarnos de la obligación de su cuidado, de la gratitud por su fertilidad.

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Ignorantes de la trascendencia de su conservación, dejamos su protección en manos de tecnócratas que lo consideran un sustrato inerte  y de legisladores que nos demuestran cómo, el ladrillo, que al fin y al cabo es arcilla transformada, es más importante que la seguridad alimentaria local y global.

Así, y una vez más, la tierra fértil cede frente a otros usos especulativos: levantamos urbanizaciones y carreteras y sellamos kilómetros de suelos que nunca volverán a tener la menor posibilidad de engendrar la vida; deforestamos tierras frágiles de vocación forestal para cultivar “alimentos” que degradan el suelo, perjudican la salud y generan pobreza en biodiversidad y en economía local.

Junto a la construcción y la deforestación, el acaparamiento de tierra por multinacionales, se realiza de forma silenciosa y paralela a la marginalización de la agricultura a pequeña escala.

La tierra propiedad de pequeños agricultores disminuye porque es imposible rentabilizarla dentro de una PAC (Política Agraria Común) amoldada a lo intensivo y a lo industrial; al mismo tiempo, recuperar la tierra, para regresar y/o establecerse en el campo, es prácticamente imposible para la juventud rural y el campesinado como pone de manifiesto  el informe sobre la situación con respecto a la concentración de tierras agrícolas en la UE: “¿Cómo facilitar el acceso de los agricultores a la tierra?” (2016/2141(INI).

Esto no sólo está sucediendo en continentes alejados; sin ir más lejos Europa está sufriendo de forma limitada pero creciente este fenómeno. El informe “Alcance del acaparamiento de tierras cultivables en la UE” (2015), muestra la magnitud de este proceso. Actualmente, los nuevos acaparadores llamados “inversores agrícolas no tradicionales” -bancos, fondos de inversión y de pensiones y otros actores financieros- controlan una parte en constante crecimiento de las tierras cultivables y de las subvenciones de la PAC.

El suelo entra y sale a capricho de los poderosos de la agenda política internacional

Los políticos europeos, llevan demorando la aprobación de leyes conservacionistas para el suelo -desde el 2017, hay encima de la mesa del Parlamento Europeo una propuesta de Resolución sobre Suelos que lleva dando vueltas desde el 2006- .Mientras, las consecuencias sobre la degradación del suelo, la contaminación de alimentos y del agua o  las repercusiones sobre el cambio climático debidas a prácticas de manejo agrario industrializadas siguen en progresión.

Como sociedad humana hemos perdido esa cosmovisión no excluyente del medio natural. En ella, el hombre, la mujer, no son nada fuera del contexto de su integración con lo que les rodea y las consecuencias de sus actos sobre su medio, sobre la tierra que pisan, les repercute. En esta lógica no existe un medio ambiente separado del ser humano, ni siquiera debería existir el concepto como tal.

Creo que lo leído exige una reflexión sosegada y una movilización activa. No olvidemos que cuando la evolución dirigió la creación celular organizada, el contacto con suelo y la acción de un pensamiento creador permitió el surgimiento del primer ser humano.

Autora: Juana Labrador Moreno, Dra. En Biología y profesora de Agroecología en la Escuela de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Extremadura

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