Nadie con una mínima sensibilidad considera que desperdiciar la comida es bueno. Cuando tiramos comida a la basura no somos conscientes de la cantidad de recursos que se derrochan junto al alimento que rechazamos. Recursos que se han invertido en producir, transformar, almacenar y transportar, que tienen su comienzo en las tierras de cultivo donde se producen y que finalizan en el punto de venta y nuestro hogar. Cuando tiramos un alimento a la basura estamos tirando junto a él las tierras de labor usadas, la mano de obra, la energía, el agua y el petróleo empleado, elementos imprescindibles en el ciclo productivo y que junto al alimento son también desperdiciados. ¡Con la comida no se juega!

Vida útil de un alimento: ¡Con la comida no se juega!

La sociedad de consumo en la que vivimos exige que todos los productos producidos tengan un final. Es el concepto de obsolescencia programada, todo lo que se crea debe tener un tiempo de uso, y de esta manera, el producto finiquitado se puede remplazar por otro nuevo. Esta obligación de limitar la vida útil de un producto también rige para los alimentos. Es una estrategia empresarial que se basa en el consumo, por lo que, cuando tiras un producto a la basura consigues que las industrias productoras tengan beneficios. Estrategia que en ámbito de los alimentos es especialmente dañina.

Los datos del Ministerio de Agricultura son rotundos y no dejan lugar a la duda, en España se tiran anualmente 1.326 millones de kilos de alimentos a la basura de los hogares. Una cifra anual brutal, que se traduce en 25,5 millones de kilos de comida desperdiciados a la semana, ¡a la semana! Es un dato preocupante, más aún cuando sabemos con certeza que gran parte de esa comida desechada es apta para su consumo. Sin embargo, es solo la punta del iceberg, una ínfima parte del problema, ya que, en total, cuando calculamos la cantidad de alimentos que se tiran anualmente en el conjunto de la cadena alimentaria la cifra total es escalofriante. Desperdiciamos 7,7 millones de toneladas de alimentos cada año. Una vergüenza.

Fecha de caducidad y fecha de consumo preferente son dos conceptos que no deben confundirse

Estos datos nos deberían hacer reflexionar. El hambre en el mundo es un drama. Se estima que 750 millones de personas pasan hambre mientras en el mundo se producen 4.000 millones de toneladas de alimentos anuales, de los cuales se desperdician 1.300 millones de toneladas, ¡un tercio de los alimentos que se producen! En la Unión Europea se tiran a la basura 89 millones de toneladas de comida al año, cifra que equivale a 179 kilos por persona. Y de esta cantidad el 42% del desperdicio se genera en los hogares.

Es necesario preguntarnos qué hacemos mal y en qué falla el sistema. De los 4.000 millones de toneladas, entre 1.200 y 2.000 se pierden en el camino por deficiencias del proceso alimentarlo, mientras que el resto se debe a los hábitos y la actitud del consumidor, que conlleva una importante generación de desperdicios alimentarios. La mala planificación en la compra y la gestión inadecuada de los alimentos hace que se malgasten. Otra causa del problema es la falta de comprensión de la información reflejada en las etiquetas del producto, información referente al consumo preferente y fecha de caducidad del producto.

Con la comida no se juega

El Real Decreto 1334/1999, de 31 de julio, que aprueba la Norma general de etiquetado, presentación y publicidad de los productos alimenticios, establece como obligatorio incluir en el etiquetado del alimento la información relativa a la vida útil del producto o fecha de caducidad, entendida como el tiempo que transcurre desde su elaboración hasta su deterioro, y la referente al consumo preferente, que es el período anterior a la fecha de caducidad. La fecha de caducidad indica cuándo el producto no es seguro para su consumo, mientras que la fecha del consumo preferente señala el punto en que se va a producir un descenso de la calidad de este, no de su seguridad. La legislación establece que el fabricante debe incluir en el etiquetado de todo producto alimenticio la fecha de consumo preferente o, en su caso, la fecha de caducidad. Esto se traduce en que podemos encontrar un producto con fecha de caducidad o fecha de consumo preferente, o incluso las dos, aunque el fabricante solo está obligado a incluir una de ellas.

Fecha de caducidad y fecha de consumo preferente son dos conceptos que no deben confundirse, aunque de habitual se confunden. La fecha de caducidad nos advierte sobre el día límite a partir del cual el alimento no es adecuado para el consumo desde el punto de vista sanitario. La fecha de consumo preferente nos indica el periodo de tiempo en el que el producto mantiene intactas sus propiedades, pero una vez superado, su consumo no supone un riesgo para la salud. Una diferencia que a simple vista parece clara pero que a la hora de poner en práctica resulta complicado. Y es que desde el punto de vista del consumidor la diferencia no es tal, y habitualmente, no hace distinciones entre fecha de caducidad y consumo preferente, desechando los alimentos que han sobrepasado la fecha de consumo preferente establecida, acabando así toneladas de alimentos y bebidas cada año en la basura.

Como categoría, debemos aplicar estrictamente la fecha de caducidad en aquellos productos muy perecederos desde el punto de vista microbiológico, aquellos pasteurizados como yogur, leche y cremas, las carnes y los alimentos envasados al vacío. Son todos ellos alimentos de elevado riesgo que pueden suponer un peligro para la salud si se consumen tras este periodo de tiempo. La fecha de consumo preferente se debe usar aceite, legumbres y cereales, en deshidratados como purés y sopas, en esterilizados como latas de conserva, cajas de leche y en huevos, en pastas, galletas y pan de molde.

Autor: Raúl Martínez, Dietista-nutricionista y biólogo.

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