La fructosa es un azúcar simple, un monosacárido que está presente de forma natural en muchos alimentos como la fruta, la miel y, en menor medida, las verduras. También se utiliza mucho en la industria alimentaria, tal cual o en forma de siropes o jarabes, normalmente para endulzar los productos puesto que tiene un dulzor superior al del azúcar (sacarosa). Sus procesos metabólicos en el organismo son diferentes de los de la glucosa y en la actualidad se sabe que su consumo excesivo puede entrañar un elevado riesgo para la salud.

Edulcorante distinto en su metabolismo
De forma natural, la fructosa está sobre todo en la fruta, pero destaca su contenido en siropes o jarabes, como el sirope de agave y el de maíz. Tradicionalmente se ha dicho también que es el azúcar de la miel, aunque en realidad en la miel no predomina la fructosa ya que ésta está en cantidades similares a la glucosa (ver tabla 1). La fructosa también es un componente importante en el edulcorante más utilizado, la sacarosa o azúcar de mesa que, en realidad es un disacárido formado por una molécula de fructosa y otra de glucosa.
La fructosa al igual que la glucosa y la sacarosa aporta 4 kcal por cada gramo, sin embargo, es un azúcar muy distinto en varios aspectos como su dulzor y su metabolismo. Su poder edulcorante es más del doble que el de la glucosa y casi dobla también al de la sacarosa (ver tabla 2). Esto de por sí, la ha hecho atractiva para la elaboración de muchos productos, por ejemplo, mermeladas, que han querido reducir el azúcar utilizado a base de añadir fructosa, pues con menos cantidad se obtiene el mismo dulzor. Pero, además, combina muy bien a nivel organoléptico con edulcorantes, cosa que la ha hecho perfecta para productos supuestamente “sin azúcares añadidos” e incluso para productos que, en el pasado se vendían para diabéticos.
La ingesta de fructosa ha aumentado notablemente durante las últimas décadas, sobre todo por su uso en la industria alimentaria
En la actualidad hay una gran regulación de este tipo de mensajes en la publicidad y etiquetado de los alimentos, de manera que un producto “sin azúcares añadidos” no puede tener ni glucosa, ni sacarosa, ni fructosa, ni ningún otro ingrediente que sea rico en azúcares o en fructosa y que se añada con una finalidad edulcorante, por ejemplo, la miel, los siropes o los dátiles.

Consumo y riesgos
La ingesta de fructosa ha aumentado notablemente durante las últimas décadas, sobre todo por su uso en la industria alimentaria y también como alternativa al azúcar convencional. Este incremento no está exento de riesgos pues se sabe que el consumo de fructosa añadida se asocia con niveles altos de glucosa en sangre, resistencia a la insulina, acumulación de grasas en el hígado, alteraciones en los lípidos en sangre, especialmente elevación de los triglicéridos, inflamación y aumento del estrés oxidativo. A largo plazo, estas alteraciones contribuyen al desarrollo de diabetes tipo 2, obesidad, enfermedades cardiovasculares y otras muchas patologías crónicas.
Una vez la ingerimos, la absorción de la fructosa se produce en el intestino delgado, gracias a un transportador, llamado GLUT5. Una vez se ha absorbido, es transportada al otro lado de las células de la pared intestinal y gracias a otro transportador, llamado GLUT2, pasa a la circulación desde donde es transportada al hígado. Una vez allí, la fructosa se metaboliza casi completamente y se utiliza para reponer el glucógeno hepático y para la formación de ácidos grasos (grasa). Sin embargo, con la glucosa no sucede lo mismo, pues la mayor parte de la glucosa de la dieta atraviesa el hígado y se dirige al músculo esquelético, donde se degrada como combustible energético, y al tejido adiposo donde participa en la síntesis de triglicéridos, como almacén de grasa, pero también para la producción de energía. Está claro que un exceso de glucosa tampoco nos conviene.
La ingesta de este monosacárido a partir de la fruta no supone un problema pues la cantidad es mucho menor y además va asociada a fibra
Un consumo excesivo de fructosa favorece la acumulación de grasa en el hígado, llevando a un hígado graso no alcohólico, y esto provoca el aumento de lípidos aterogénicos en la sangre, del peso corporal y de otros trastornos metabólicos asociados con el riesgo de enfermedad cardiovascular y otras enfermedades. Es importante destacar que el consumo de fructosa añadida nos hace aumentar el peso corporal aún sin tomar un exceso de calorías totales, es decir, que las personas que cuidan su alimentación pero que tienen un consumo habitual de fructosa como azúcar añadido en su dieta, están en riesgo de todos estos problemas.
Para evitarlos, es muy importante la restricción de azúcares en la dieta, especialmente el consumo de fructosa como azúcar añadido o de alimentos ricos en fructosa como los siropes de agave o de maíz, y, en menor medida, la miel y los dátiles. La ingesta de este monosacárido a partir de la fruta no supone un problema pues la cantidad es mucho menor y además va asociada a fibra y a otros componentes beneficiosos para el metabolismo como vitaminas y antioxidantes.
Autora: Laura I. Arranz, Doctora en Nutrición, farmacéutica y dietista-nutricionista | www.dietalogica.com
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