La pandemia de COVID-19 nos golpeó duramente a todos, pero dio a mucha gente la oportunidad de redescubrir y reconectar con la comida local y ecológica durante el confinamiento. Estoy seguro de que muchos en su entorno también aprendieron a hacer su propio pan o postres y pasaron mucho más tiempo en la cocina y en la mesa. Aunque la pandemia mundial nos mostró muchas vulnerabilidades en nuestras comunidades, sistemas de atención y el sistema alimentario, fue notable la multiplicación de las ventas de productos ecológicos europeos.

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Sin embargo, cuando se vislumbraba el final de la pandemia, se desató una guerra en Europa, tras la agresión de Rusia en Ucrania. El aumento de los precios de los combustibles fósiles afectó gravemente al sistema alimentario, mostrando su dependencia de los pesticidas y fertilizantes sintéticos. Unido a la especulación económica, esto desembocó en una crisis económica con una fuerte tasa de inflación, el aumento de los precios de la energía y los alimentos y unos hogares cada vez con más dificultades que deben priorizar sus gastos.

Si bien es destacable que son principalmente los precios de los alimentos convencionales los que están subiendo, la actual crisis económica se tradujo en un fuerte descenso de las ventas de productos ecológicos en varios países -menos acusado pero aún presente en comparación con 2019-. Esto provocó que las tiendas ecológicas de todo el continente tuvieran que cerrar. Unas políticas sólidas que favorezcan la oferta y la demanda de productos ecológicos, como las que propone el Plan de Acción Ecológico de la UE, pueden ser un estímulo para productores y consumidores ecológicos. Por ejemplo, en los planes de acción ecológicos nacionales, los objetivos para la agricultura ecológica deben ser realistas pero ambiciosos y llevar aparejada la ayuda financiera necesaria.

Por desgracia, el sector ecológico se enfrenta a menudo a políticas que hacen lo contrario. Existe un gran número de etiquetas para productos, como la HVE (Alto Valor Medioambiental) en Francia, pero también sistemas “regenerativos” dirigidos por la industria. Muchas de estas etiquetas intentan hacer lo que ya hace la etiqueta ecológica de la UE: ofrecer una garantía de prácticas verdaderamente sostenibles. La UE debe garantizar que las distintas iniciativas no compitan entre sí, impedir el greenwashing y ayudar a evitar la publicidad engañosa mediante etiquetas que favorecen los procesos a gran escala y “eficientes” que utilizan monocultivos, pesticidas y fertilizantes sintéticos.

Las etiquetas también deberían establecer normas estrictas para los productos respetuosos con el medio ambiente y animar a los consumidores a comprar productos que realmente respeten la biodiversidad, el agua, el aire y la calidad del suelo. Además, el presupuesto para las políticas de promoción de los productos ecológicos debería seguir siendo ambicioso, para que los consumidores sigan viendo y sintiéndose atraídos por los productos ecológicos.

Por último, pero no por ello menos importante, la UE debería establecer unos criterios mínimos para los productos ecológicos en la contratación pública sostenible. Esto impulsaría la demanda de productos ecológicos, llevando sus beneficios a los platos de los comedores públicos de escuelas, hospitales y edificios cívicos.

Autor: Jan Plagge, Presidente de IFOAM Organics Europe

Publicado en BIOFACH & VIVANESS 2023 Bio Eco Actual Special Edition.

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