Debemos respetar el trabajo del campesinado que día a día cultiva, cosecha y vende lo que se come en todas partes, también en las ciudades. Muchas veces, poco valorada, con dificultades para hacer la transición hacia la agricultura ecológica, que haría tanto bien a los suelos y al agua. El cambio de modelo es imprescindible para seguir cultivando y cosechando. Esto lo conseguiremos hablando de ello en las escuelas, visitando a los campesinos, conociendo quiénes son, qué hacen y cómo lo hacen. Y con ayudas gubernamentales que les faciliten el cambio.
Claro que aquí no entran los que sólo miran su beneficio económico a corto plazo empleando pesticidas a raudales y dedicándose a la agricultura intensiva convencional, o explotando macrogranjas donde los animales son cosas.
Recientemente hemos visto lanzar conejos vivos o moribundos contra el edificio de la delegación territorial de Acción Climática de Lérida. Han sido agricultores manifestantes en contra de la proliferación de estos animales. Probablemente se les coman una parte de sus plantaciones, pero la elección en la forma de hacerlo saber es indigna y cruel.
La biodiversidad se encarga de mantener a las poblaciones estables. Hemos matado a los zorros y las aves rapaces, y ahora hay muchos conejos. Seguro que tenemos métodos de control que no pasan por salir de noche a matarlos o volver a la prehistoria con la caza de jabalíes con arco y flechas o envenenar el medio con el biocida fosfuro de aluminio.
Por último, normalicemos la mirada hacia los veganos. Tampoco somos el enemigo. La nuestra es una decisión que defiende el territorio y la salud general. Con respeto.
Autora: Montse Mulé, Editora
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